Mass Media— 25 agosto 2013
“Jauría” de “fascinerosos” y “miserables” que destilan “odio” hacia los políticos, la mayoría de los cuales son “honrados”. Así podría resumirse la airada reacción de una parte de la prensa española que defiende a la actual partitocracia frente a los ciudadanos que han usado la red social Twiter (entre otras muchas) para expresar su descontento, malestar e inquina hacia Cristina Cifuentes, delegada del Gobierno en Madrid, a raíz de su accidente de moto cuando circulaba por un carril-bus de
Madrid.Cifuentes, que se ha hecho célebre por reprimir el derecho a la manifestación que consagra la Constitución y la mayoría de las cartas de derechos ciudadanos de los países avanzados, multó masivamente a los asistentes, infiltró a policías en las concentraciones y ha desarticulado populares movimientos sociales de protesta comoMarea Ciudadana o el 15-M usando a agentes que se han disfrazado de activistas y los han inmovilizado desde dentro provocando interminables debates y divisiones.
El mundo entero se mofa de la cálida y calurosa España por poner “impuestos al sol” y penalizar la energía solar en beneficio de las compañías eléctricas, donde abrevan ex políticos con sueldos millonarios, y se sorprende de que el país no “explote” como Egipto, Turquía o Brasil cuando padece más porcentaje de desempleados que ningún otro en el mundo (6 millones, más 2 millones de exiliados económicos). Lo cierto es que en España se han vivido manifestaciones contra la “casta” política tan numerosas como en El Cairo, Ankara o Brasilia pero han sido minimizadas no solo por el Gobierno, sino -lo que es más sorprendente a ojos de fuera- por la prensa, la oposición y los sindicatos. Los ciudadanos han tomado la calle y las redes sociales como sustitutos de unos óganos de contrapeso y control que no ejercen, y eso ha soliviantado a las élites de tal manera que les ha causado una preocupación difícil de disimular.
Para los medios de comunicación “oficiales”, el problema de España es Twiter, Facebook o Menéame, y no el hecho de que un jefe del Estado (que nunca fue elegido ni votado directamente por sus ciudadanos y que siempre ha esquivado las urnas amparándose en unos políticos que silencian sus desmanes) pasee a sus amantes por las estancias de Palacio, las suba a aviones oficiales y las haga embajadoras “oficiosas” de la “marca España”. Tampoco que sea conocido en el mundo no por sus filantropías o inquietudes culturales, sino por sus negocios e intermediaciones con armas, petróleo y ladrillo hacia las monarquías árabes o las repúblicas ex soviéticas. Desde 1977, a Juan Carlos lo sostiene únicamente una clase política dependiente de las ubres del Estado, que ha sido denunciada por utilizar masivamente las instituciones para “colocar” a sus familiares y amigos, situación que ha conseguido la quiebra económica de España, el país que más turistas recibe en el mundo y que, por ello, debería ser un ejemplo de salida de la crisis y no de todo lo contrario: paro, deuda, abusos de las élites y exilio.
La ambiciosa codicia de la gestión política en España asedia a los ciudadanos con innumerables impuestos desde que salen de casa hasta que se acuestan (por aparcar, por emprender, por la energía solar, con la luz y el teléfono más caro de Europa, subvencionandotelevisiones autonómicas caras y ruinosas,quintuplicando las administraciones para “enchufar” a sus allegados, etc…), pero el “problema” para ellos es el uso de Twiter como canal de protesta y desahogo. Tampoco importa la legislación que garantiza laimpunidad penal para políticos y banqueros, la ausencia de división de poderes, la imposibilidad de elegir directamente a sus representantes en distritos unipersonales (la decisión la toman solo los “aparatos” de los partidos”), las habituales censuras en la prensa, la huida de los sindicatos de la calle, donde ya no pueden salir a protestar porque dependen de las generosas subvenciones que los han hecho engordar hasta la obesidad.
El problema para la “casta” hoy es Twiter y mañana Facebook porque ahí sus infiltraciones (los famosos “trolls”) no tienen apenas capacidad de maniobra y no pueden actuar como Cristina Cifuentes, torpedeando o reprimiendo todo tipo de protesta, manifestación o disidencia. Por eso son una “jauría humana” de “fascinerosos” y “miserables” aquellos que usan las redes sociales para exteriorizar su descontento y protesta, ante la manifiesta abdicación de los medios de comunicación “oficiales”, que son la mayoría y de ahí su bancarrota económica y de credibilidad.
La última censura ha sido precisamente esa: silenciar la noticia de la espontánea manifestación de médicos, enfermeros y personal sanitario que con valentía salieron a denunciar a las puertas del hospital donde Cifuentes fue ingresada, la hipocresía de una clase política que utiliza los servicios públicos que a su espalda desmantela. La información fue silenciada en periódicos como “El País” y relegada en otros a los espacios más recónditos para que pasara lo más desapercibida posible. El accidente de la delegada del Gobierno en Madrid ha despertado en España de todo menos solidaridad, lo que ha evidenciado el enorme desapego de la clase política española y de su “casta” mediática y financiera hacia la sociedad que la padece.
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