Continúa la deriva autoritaria del Gobierno con un guión que se va cumpliendo poco a poco, como mandan los cánones de la manipulación y la propaganda, a pequeñas dosis, para que nos lo vayamos tragando.
Si hace unos meses se lanzaba el globo sonda para legislar sobre la prohibición de tomar imágenes en las manifestaciones, en estos días hemos asistido a un vuelta de tuerca más: la detención de una reportera gráfica que cubría una manifestación contra los desahucios.
No es casual que haya sucedido en el final de una semana en la que el Consejo de Ministros desafiaba a la judicatura catalana, otorgando un segundo indulto a los cuatro policías condenados en firme por torturas.
No son cuestiones vanas, estamos hablando de asuntos que afectan a pilares básicos del ordenamiento con el que se organiza esta democracia parlamentaria salida de la Constitución de 1978: Tortura, Impunidad y Derecho a la Información. Ni más ni menos.
Por un lado tenemos el mencionado doble indulto que garantiza la impunidad de unos sádicos torturadores que maltrataron a un pobre hombre sin motivación política alguna. De nuevo la violencia policial gratuita que nos retrotrae a los estremecedores datos que se recogían en los informes que afectaban a nuestro país, como el elaborado por el Relator Especial de la ONU sobre la cuestión de la tortura, Theo van Boven, o el de AI «Sangre en la herida» . Algo que produce terror cuando el propio Gobierno, en vez de corregir estas prácticas, garantiza la acción de los maltratadores al ampararles en sus fechorías, situándose por encima del Poder Judicial.
Por otro lado, mientras se amaga con la prohibición de la toma de imágenes ciudadanas, se dificulta el trabajo de los reporteros, con agresiones y rotura de material de trabajo, y se traspasa la delgada línea roja con la detención de una periodista en Sevilla.
No les parece suficiente que la práctica totalidad de los medios pertenezcan a unas pocas manos de acaudalados que defienden las mismas políticas neoliberales que practican los partidos de alternancia. Necesitan tapar la grieta que supone la posibilidad de recoger y difundir las cuestionables operaciones de unas Unidades de Intervención Policial que actúan indiscriminada y brutalmente, como hemos visto tantas veces en los últimos años.
De ahí su obsesión por controlar la información. Al igual que en la guerra, en definitiva la política por otros medios, la pérdida del control informativo y la visualización por la mayoría de la verdadera dureza de un Régimen que necesita cada vez más la fuerza para imponerse, puede hacer que desaparezca el consenso acrítico e inmovilista sobre el que se asienta todo el tinglado.
Sé que a muchos les molesta que pongamos el acento en los periodistas, tanto aquí como en los conflictos, pero creo que su persecución es un ataque que afecta a toda la sociedad pues lleva en su germen la intención de cegarnos.
Hay imágenes que, amplificadas por las redes, traspasan la autocensura de los grandes medios y llegan sin editar a una mayoría social que habita normalmente en la inopia del fútbol o el cotilleo, desmontando con la crudeza de la realidad el más elaborado de los discursos.
Cuando el pueblo es reprimido, apaleado, multado y detenido, no es que sea más importante una reportera, como no vale más un cámara muerto en Gaza que los cientos de palestinos asesinados, pero su persecución se produce para que no sepamos, para que no veamos, para que sigamos en el sofá absortos en las realidades prefabricadas.
La creación del relato por medio del binomio “información controlada-industria cultural de masas”, consigue realidades y sueños a su medida. Solo la verdad y su difusión pone las cosas en su sitio.
No podemos perder la batalla de la información como no podemos perder la pelea por el castigo a los torturadores.
Sin relatores, sin pruebas y con torturadores impunes, perdemos la guerra.
Javier Couso | publicado en La pupila insomne
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