Julio Anguita, ex coordinador general de IU.
Enfrentarse a la tarea de contraponer al sistema económico y de valores, reinante, otro simplemente racional y concebido como herramienta para abordar los problemas humanos, es en primer lugar, tener que enfrentarse a una opción que casi nadie quiere hacer: economía como fin, como objetivo en sí mismo o economía como herramienta, como instrumento al servicio de un fin predeterminado.
Lo que ocurre es que en la inmensa mayoría de las ocasiones y cuando están a punto de entrar en materia, un pacto tácito en unas ocasiones, expreso en otras, hace que se obvie la centralidad de la cuestión. Cuando los poderes públicos son incapaces de fijar las más mínimas metas en relación al empleo o a lo que denomina recuperación, están confesando paladinamente que carecen de autoridad sobre tales materias porque los centros de decisión o están en otra parte o escapan a las competencias inherentes a lo que denominamos gobernar.
Es la mayor de las revoluciones habidas desde 1789 o mejor, la mayor de las derrotas del Derecho, la Política y la Ética. Occidente, tras revoluciones, avances y retrocesos, ha conseguido promulgar y comprometerse con toda solemnidad con un código que denominamos Derechos Humanos. No hay ni la menor duda acerca de la validez del texto original y de aquellos otros que lo han desarrollado e incorporado a las distintas constituciones. Lo curioso es que una vez fijada la meta: los derechos humanos, la política transcurre por otros cauces y por otros intereses nada subordinados a los principios enunciados. Y es ahí donde está la opción que se expresa de la siguiente manera: ¿Quién dirige la macroeconomía y en nombre de qué fines?
Obviamente que la cuestión es dura y en absoluto propensa al escapismo o a la perífrasis diplomática. Pero es ahí donde empezamos a perfilar cada uno y cada una lo que somos, lo que queremos y por lo que luchamos. Cuestión sobre la que abundaré la semana próxima.
Fuente: Eleconomista
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